Nombre proyecto: Parque Allende

Superficie Jardín: 8 ha

Año Construcción: 1985 – 2012

Ubicación: Parcela Esmeralda, Quillota, Chile

Arquitecto casa: Edwards y Soffia Arquitectos

 

Este jardín es uno de los más significativos que he hecho, se ha ido realizando a lo largo de casi tres décadas. La forma en que se ha plantado me ha permitido observar durante años el crecimiento y desarrollo de las plantas. En los inicios del proyecto, en el año 1985, el predio a trabajar tenía aproximadamente 5.000 m2 dentro de un fundo extenso. Había una casa con algunas plantas, rodeada de cerros con vegetación nativa de secano costero muy escasa. Había también un tranque destinado al riego agrícola, cercado de matorrales, algunos agaves y crategus para proteger el agua. Se veían pocas especies nobles, solo algunos quillayes, un gran alcornoque, un grupo de jacarandás cerca del tranque, unos pocos crespones jóvenes y molles adultos. También muchos eucaliptus y variedades de pinos que ya no existen. Iniciamos la intervención abriendo perspectivas hacia el cerro y conduciendo las vistas hacia lo lejano. Para ello, plantamos grandes grupos de árboles en las laderas —alcornoques, pataguas, quillayes— y reforzamos con más ejemplares los grupos de crespones existentes. El tranque comenzó a transformarse en una laguna, que finalmente llegó a ser el corazón del parque. Alrededor suyo dispusimos pataguas, alcornoques y encinos de los pantanos. El paseo quedó estructurado a partir de un camino de borde acompañado de arbustos y flores. Con los años se fueron agregando al primer jardín espacios de diferentes características, cada uno de ellos relacionado con el paisaje existente, con la topografía, con los cauces de aguas naturales, etc. Así surgió el lugar de las palmas, habilitado con palmas chilenas y palmeras pindó, que a su vez fueron asociadas con grandes extensiones de cubresuelos y flores como agapantos y variedades de hemerocallis. Una vertiente natural escondida entre zarzamoras y matorrales se convirtió en el Jardín del Arroyo, enmarcado entre pataguas y canelos, mientras que los acer japónicos hacen de telón fondo. En los bordes se plantaron nalcas, helechos y otras plantas de agua menores. En el frente, sobre una ladera, existía una plantación de almendros en baja etapa productiva. Decidimos transformar el lugar con coníferas y helechos. Transcurrido el tiempo, estas especies, dentro de las que se cuentan la araucaria excelsa, el cedro y la araucaria angustifolia, dieron un marco al jardín desde la lejanía debido a la altura que alcanzaron. A un costado de las coníferas existe un pequeño sendero que conduce al bosque de tuliperos y clivias, que habían sido reproducidas por el dueño de casa en grandes cantidades.

Con el correr del tiempo y con el progreso del jardín, el espacio frente a la laguna se convirtió en el sitio privilegiado. El dueño decidió entonces construir una casa que mirase al lugar, dado que el entorno había adquirido una atmósfera notable, poblada de hortensias, papiros y cipreses calvos. Luego vino la creación de un nuevo paisaje: el acceso. Allí donde se proyectaban los estacionamientos y las caballerizas, plantamos encinos, ceibos, jacarandás, ligustrinas pekinensis, palos borrachos Chorisia speciosa, laureles de flor y extensiones de cubresuelos.

A medida que el jardín fue creciendo y apoderándose de otros sitios que respondían a sus características, se hizo necesario hilar los distintos episodios, que, en el fondo, son una secuencia de paisajes. Lo hicimos implementando una transición entre ellos: los umbrales. En este jardín la identidad está dada por el misterio de pasar de un lugar a otro a través de umbrales conformados por una vegetación muy cerrada y oscura.

Después de algunos años de trabajo y de bastante intercambio con el propietario, él fue comprendiendo muy bien mis propuestas. Le di ciertas pautas y tomó la iniciativa de plantar las laderas de unos cerros que se ven desde el jardín –ofrecían una vista muy pobre–, vistiéndolas básicamente con árboles nativos. Ello significó un gran aporte al total del jardín, pues constituyó un respaldo y a la vez un límite.

Recuerdo varios diálogos productivos acerca de qué plantas incorporar, cuáles no se adaptaban al lugar, cómo podarlas, etc. Tiempo atrás, por ejemplo, un ciprés calvo que se había plantado cerca de la orilla de la laguna hacía dos décadas o más comenzó a inclinarse. La duda que compartimos junto al propietario era si hacíamos esfuerzos para que no cayera al agua apuntalándolo del algún modo, o, simplemente, dejábamos que la naturaleza actuara por sí misma. Optamos por esto último. Hacer un par de años, Pedro Tomás me llamó para informarme que el inmenso árbol había caído. Y, bueno, no fue tan doloroso, pues el hecho trajo consigo un regalo impensado: la caída del ciprés dejó la vista abierta para contemplar desde lejos un grupo de Acer brillantisima que tardaron muchos años en crecer hasta sus dimensiones actuales.

Para mí es relevante mencionar la relación que he mantenido con Pedro Tomás Allende, el propietario de este jardín y un apasionado de la naturaleza. Él siempre está investigando y armando nuevas colecciones, ya sean de orquídeas, de nuevas variedades de nenúfares, e incluso de aves y peces.

El gran amor que Pedro Tomás siente por el lugar, sumado a sus conocimientos de agricultor, han hecho posible una cuidadosa mantención del jardín durante todos estos años, mantención que él dirige personalmente. Algo que se inició como un jardín relativamente pequeño, se ha transformado hoy en un gran parque que cubre casi ocho hectáreas.