Nombre proyecto: Parque Barros

Superficie Jardín: 6 ha

Año Construcción: 1993

Ubicación: Fundo El Alto, Chiñihue, Chile

Arquitecto casa: Christian de Groote

 

Jardín ubicado aproximadamente a 50 kilómetros al poniente de Santiago. El sitio, que pertenece a un campo de cientos de hectáreas dedicado a la producción frutal, se emplaza en la falda de una zona poblada de bosque esclerófilo autóctono de la Zona Central de Chile.

El mayor desafío consistió en que el jardín se insertara y dialogara armónicamente con el entorno.

El volumen horizontal de la casa, y su posición al pie de los cerros enfrentando el valle la hacían parecer una represa, imagen que busqué atenuar con la vegetación. Para acceder a ella se trazó un sendero que la muestra desde lejos y después sube enfrentando el cerro y bordeando en curva el gran prado. El recorrido avanza bajo los árboles a través de un bosquete cerrado y misterioso. Desde ahí, el caminante ya no ve la casa y se siente inmerso en el paisaje. El acceso a la casa consiste en un patio que ofrece una gran perspectiva de las lomas circundantes.

El centro del jardín es el prado. A partir de allí se lee la situación topográfica que lo rodea: los cerros en forma de herradura que se abren hacia el valle. En ese gran espacio se suceden lugares menores, como el de la piscina, el del bosque húmedo, sombrío y con helechos, el jardín de las vistas del dormitorio principal, formado por araucarias, canelos, robles y lingues, y el jardín de las flores de corte, en donde la dueña de casa es libre de cultivar todos los tipos de flores que guste.

Estos rincones, están conformados básicamente por vegetación nativa propia de la zona: peumos, quillayes, maitenes, boldos, lingues y molles. La laguna, ubicada al final del gran eje del prado central, consiste en seis espejos: el sonido del agua que cae de uno a otro acompaña el recorrido por las orillas.

El lugar de la piscina está cobijado por grupos de jacarandás, acompañados por un sotobosque de verónicas que en la época de floración producen un extenso tapiz de color celeste violáceo.

En el centro del extenso prado ubiqué dos grandes grupos de crespones de flores color fucsia y rosado, que enmarcan y contrastan vivamente con los verdes oscuros de los molles y peumos, enfatizando la vista y profundidad de la pradera. En otoño agregan al entorno el color púrpura de sus hojas, mientras que en invierno, cuando las pierden, los crespones se leen como esculturas en el paisaje.

Frente a la puerta principal, y enmarcando el espejo de agua, planté palmas chilenas que se funden con el bosque nativo que las envuelve, y que, junto a las buganvillas de color fucsia, evocan la imagen de los antiguos parques de la Zona Central de Chile. Dado que los cambios de colorido del bosque nativo de la zona son suaves, las especies introducidas encargadas de producir las variaciones cromáticas más dramáticas fueron los crespones y los jacarandás. Y que, al mismo tiempo, dan identidad a sus respectivos entornos durante las cuatro estaciones.