Nombre proyecto: Jardín Bahía Azul

Superficie jardín: 4.000 m2

Año construcción: 1996

Ubicación: Bahía Azul, Los Vilos, Chile

Arquitecto casa: Juan Grimm

 

Hace aproximadamente 25 años, comencé a buscar un terreno en la costa norte de la zona central de Chile con la idea de construir una casa de veraneo y de fines de semana. Este paisaje me había cautivado desde niño por sus características únicas y especiales. El sitio que encontré, frente a un inmenso océano azul, superó cualquier expectativa: las vistas espectaculares, la riqueza de la topografía marcada por cerros y acantilados de rocas esculturales.

Para el diseño de la casa decidí que el volumen actuara como una roca más del entorno, planificando la arquitectura con una volumetría simple de dos cubos de color negro y un muro revestido con piedras del lugar. Abrí grandes ventanales hacia el mar y los cerros del norte. El acceso principal sigue el ritmo que genera el jardín hasta llegar a un primer patio. Luego, a través de un camino ligeramente curvo se encuentra la primera vista de la casa, junto a una ladera de vegetación nativa que abraza a las rocas típicas del lugar. Más adelante se llega a la escala de acceso de la casa está, sumergida entre los arbustos, tal como sucede en algunos espacios naturales de esta zona, en donde los volúmenes se ven rodeados de vegetación.

Durante los primeros 10 años me dediqué a construir los senderos, el invernadero y a plantar las diferentes especies vegetales. Al momento de decidir las variedades de plantas que utilizaría, imaginaba cómo en el futuro cubrirían las pendientes áridas y rocosas del terreno, cómo se asociarían con la escasa vegetación existente, cómo ocultarían las vistas no deseadas, y cómo se integrarían a ese maravilloso paisaje costero y a la casa ubicada en la parte alta del sitio, justo al borde del acantilado.

Este jardín fue concebido para integrarse al paisaje existente a través de caminos, senderos o escalas para lograr, por medio de curvas o quiebres, la continuidad de la vegetación desde la arquitectura hasta el infinito. Se distinguen el jardín de acceso, el jardín del cerro nativo, el jardín de los cactus, el jardín de la piscina, el jardín del invernadero y el jardín de las rocas de mar, que estoy construyendo ahora. Cada uno de ellos tiene características propias.

Distribuí las especies arbustivas hacia el oriente, protegidas del viento salino por la casa. Siguiendo esa misma dirección, ahora en los deslindes del terreno, planté ciprés macrocarpa y Myoporum laetum formando un cordón vegetal denso, para separarme del vecino y obtener mayor intimidad. Al poniente, frente al mar, dispuse una vegetación en la que predominan las suculentas, bromeliáceas y cactáceas. Allí mismo, con el objeto de potenciar la ladera, reforcé con especies que ya existían: más puyas, más cactus, más nolanas y calandrinias, que se deslizan por las pendientes del acantilado para fundirse con otras especies de suculentas. Predominan ahí diversas tonalidades de verde grisáceo.

El Jardín de Bahía Azul ha sido mi laboratorio. Allá he podido experimentar con plantas nuevas y aprender de su comportamiento; por ejemplo, qué exposición solar requieren o qué cantidad de agua resulta adecuada para lograr el desarrollo óptimo. Tengo clarísimo bajo qué condiciones crecen mejor los chaguales y sé perfectamente a qué hora se huele con mayor intensidad el perfume de los heliotropos y de las phillicas. También he observado cómo los pájaros ayudan en la reproducción de la flora.

Hoy en día el jardín está formado exclusivamente por arbustos, ya que los cipreses macrocarpa y los Myoporum que planté en el deslinde con el vecino fueron derribados por un temporal hace algunos años. Así quedó en claro una de las tantas enseñanzas que van dejando los sucesivos eventos de la naturaleza: los árboles no pertenecen a ese paisaje.