Nombre proyecto: Jardín Chiloé
Superficie Jardín: 2.4 ha
Año Construcción: 2001
Ubicación: Ahui, Chiloé, Chile
Arquitecto casa: Mathias Klotz
De todos los jardines que he diseñado en mi vida, este es el que ha tenido la concepción más genuina: el único objetivo era devolverle los valores originales a un terreno parcialmente talado para fines agrícolas por generaciones anteriores. Me refiero a la diversidad y exuberancia que identifican el paisaje costero de la Isla Grande de Chiloé.
Antes de recibir este encargo, los propietarios habían contratado a otros profesionales para trabajar en la recuperación del terreno. Ellos plantaron diversas especies, desde ornamentales introducidas, variedades de coníferas, e incluso frutales. No tuvieron éxito en su cometido, principalmente porque los árboles, que provenían de viveros, no soportaron los fuertes vientos ni el ambiente salino del lugar. Para nosotros el desafío consistió en armar un jardín que se desarrollara en el paralelo 41 Sur, en un clima difícil frente al océano Pacífico.
Desde mi punto de vista, el ejercicio de nuestro oficio nos enseña, en el hacer, a ir junto a la naturaleza, a reconocer sus procesos, para así poder intervenirla y obtener resultados óptimos. Esta experiencia fue una valiosa lección, útil para siempre.
Al observar que había plantas nativas de pocos centímetros que germinaban entre los pastos altos, decidimos experimentar y dejamos crecer —sin podar— los pastos silvestres en los contornos del área a trabajar. La idea era permitir que protegidas entre medio de los pastizales, comenzaran a surgir las especies nativas a partir de las semillas que transportaba el viento desde las reservas ubicadas en las quebradas cercanas. Había que crear un hábitat adecuado in situ para conseguir un repoblamiento natural con especies autóctonas. Desde un principio tuvimos claro que este proyecto dejaría ver resultados a largo plazo.
Sin planos ni dibujos, el diseño de la zona se manejó considerando una pradera central de pastos podados en cuyos bordes se trazaron curvas inspiradas en la vegetación existente, en los acantilados y en las playas del entorno. Primero consideramos la topografía y las formas de algunos macizos que rodeaban el potrero por los costados, y luego intentamos que éstos subieran hacia la pradera armando ondas que avanzaran desde el borde y se cerraran hacia el centro. En esa faja los pastos se mantuvieron sin podar. Durante los primeros cinco años aparecieron árboles y arbustos que germinaron de modo natural debido a la riqueza del suelo y a los 2.000 mm de lluvia que anualmente caen en la zona.
Una vez que las plantas de crecimiento espontáneo estuvieron establecidas y alcanzaron cerca de 70 cm de altura, iniciamos la incorporación de otras nuevas de las mismas especies autóctonas, esta vez criadas en viveros, para acrecentar así el poblamiento. Las primeras actuaron como protección de las siguientes. Recién entonces pude comenzar a manejar el diseño, es decir, a organizar las alturas de la vegetación de menor a mayor, permitiendo las perspectivas, las vistas, las sinuosidades.
Con el correr del tiempo las plantas fueron creciendo, abrigándose unas con otras y defendiéndose del clima ventoso y salobre. La mantención se hacía manejando solo la poda de la pradera central, sin riego, sin otra poda de árboles o arbustos, sin desinfección. El resultado fue un exuberante jardín natural de Chiloé. Las especies predominantes son los chilcos y los arrayanes, que fueron los primeros en prosperar. Y luego lo hicieron las escalonias, los chupones, los berberís, los ulmos y los canelos.
Después del éxito que años más tarde obtuvimos con el crecimiento de las plantas, pudimos apreciar cómo se había ido creando el jardín, un lugar que ocultaba lo que era necesario ocultar y que abría perspectivas hacia lo que verdaderamente interesaba. En ese momento le propusimos al dueño seguir recortando el pasto hasta que el predio regresara a su estado de selva natural. Recuerdo muy bien su respuesta: “NO, porque me quedaría sin jardín”.